—¿Tú crees en las casualidades,
viejo?
—¡Siéntate aquí! —me ordenó
señalando una gran piedra—. 1349 —
empezó.
—La peste negra —dije. Sabía
bastante historia, pero no era capaz de
imaginar qué relación podía haber entre
la peste negra y las casualidades.
—Vale —dijo simplemente, y luego
ya no hubo quien lo parara.
—Seguramente sabrás que, durante
la peste negra, la mitad de la población
europea murió. Pero hay algo
relacionado con eso que nunca te he
contado.
Por esa forma de empezar, deduje
que la conferencia iba a ser larga.
—¿Te das cuenta de que tenías miles
de antepasados en aquella época? —
prosiguió.
Resignado, negué con la cabeza.
¿Cómo era eso posible?
—Se tienen dos padres, cuatro
abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis
tatarabuelos, etc. Si vas sumando así,
hacia atrás, puedes llegar hasta el 1349.
Asentí.
—Y entonces llegó la peste. La
muerte iba de pueblo en pueblo, y los
más afectados fueron los niños. En
algunas familias murieron todos, y en
otras sobrevivieron quizá uno o dos.
Muchos de tus antepasados eran niños
en aquella época, pero
ninguno de ellos la palmó.
—¿Y cómo puedes estar tan seguro
de eso? —pregunté sorprendido.
Dio una calada al cigarrillo.
—Porque tú estás aquí ahora,
contemplando las estrellas.
Una vez más, había dicho algo tan
sorprendente que no supe cómo
reaccionar. Pero comprendí que tenía
razón, porque si uno solo de mis
antepasados hubiera muerto cuando era
niño, no podría haber sido mi
antepasado.
—La posibilidad de que ninguno de
tus antepasados muriera de niño, era una
contra miles de millones —continuó, y a
partir de ese momento, las palabras
fluían de su boca sin parar, como el agua
de una cascada—. Porque no se trata
únicamente de la peste negra, ¿sabes?,
sino que, además, todos tus antepasados
se hicieron mayores y tuvieron hijos,
incluso durante las peores catástrofes
naturales, e incluso en tiempos en que la
tasa de mortalidad infantil era muy alta.
Naturalmente, muchos padecerían alguna
enfermedad, pero siempre se
recuperaron. En ese sentido, has estado
a un paso de la muerte cien mil millones
de veces. Tu vida sobre
este planeta se ha visto amenazada por
insectos y animales salvajes, por
meteoritos y rayos, enfermedades y
guerras, inundaciones e incendios,
envenenamientos e intentos de asesinato.
En varias batallas te hirieron
centenares de veces, porque habría
antepasados tuyos en ambos bandos; en
realidad, luchabas contra ti mismo y tus
posibilidades de nacer, mil años más
tarde. Lo que quiero decir es que esto ha
ocurrido miles de millones de veces a lo
largo de la Historia. Cada vez que han
volado flechas por los aires, tus
posibilidades de nacer han estado bajo
mínimos. ¡Y, sin embargo, aquí estás,
bajo el cielo, hablando conmigo! ¿Lo entiendes?
—Creo que sí —contesté. Al menos
creí comprender.
—Estoy hablando de una continua
cadena de casualidades —continuó mi
viejo. —Y, de hecho, esta cadena
retrocede hasta la primera célula viva
que se dividió en dos, dando así origen
a todo lo que crece en este planeta hoy.
La posibilidad de que mi cadena no se
rompiera en ningún momento en el
transcurso de tres o cuatro mil millones
de años era tan remota que resulta casi
impensable. Pero, como ves, he
sobrevivido. Ya lo creo, coño. Por otra
parte, creo que tengo una gran suerte por
poder vivir en este planeta contigo.
Pienso que cada pequeño habitante de la
Tierra tiene una enorme suerte.
—¿Nunca has pensado en pedir una
subvención? —pregunté.
—¿De qué demonios estás
hablando? —gruñó.
—De una posible subvención del
Estado como filósofo.
Soltó una carcajada, y luego,
bajando un poco la voz, añadió:
—Cuando la gente se interesa tanto
por lo «sobrenatural», es debido a una
extraña ceguera. No son capaces de ver
lo más misterioso de todo, es decir, el
hecho de que haya un mundo. Les
preocupan más los marcianos y los
platillos volantes que toda la misteriosa
obra de creación que se extiende a
nuestros pies. Yo no creo que el mundo
sea una casualidad.
Finalmente se inclinó sobre mí y
susurró:
—Yo creo que todo en el universo es
intencionado. Puede que tras esa
infinidad de estrellas y galaxias haya
una intención.
El misterio del solitario.