sábado, 10 de julio de 2021

777

Al caer el Sol, nos invadió el frenesí propio de aquellos que saben que ya no hay noches suficientes en las que derramar la Luna. 

Más tarde, el whisky sentado se alió con sus ojos, y juntos me reprocharon aquellas verdades que no caben en un carro de supermercado.

Cuando la alcoba se desnudaba y los monederos se vaciaban, llegó el alba, titilante dentro de una pompa de jabón.

Mecidos por el silencio de un viejo autobús, llegamos a un aeropuerto que ella engalanó de recuerdos de despedida.

Mientras su sensualidad repelía la tinta, mi voz quedóse ronca de callarse los hielos, y nuestras miradas evitaron encontrar Alejandría.

Llegada la hora, el abrazo tomó la palabra, y nuestros cuerpos se dijeron en un minuto todo lo que la sábana de la pasión entrelazada les había robado. 

Así partió ella, con su preciosa sonrisa forzada, heraldo de tempestades, y con la maleta cargada de maravillas.

Después de aquello, me vi desbordado de parques y alamedas azules, y ni con dos Sabinas fui capaz de aprender a olvidarla en 500 noches.



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