martes, 12 de enero de 2021

Casualidades del solitario

—¿Tú crees en las casualidades, viejo? 


—¡Siéntate aquí! —me ordenó señalando una gran piedra—. 1349 — empezó. 


—La peste negra —dije. Sabía bastante historia, pero no era capaz de imaginar qué relación podía haber entre la peste negra y las casualidades. 


—Vale —dijo simplemente, y luego ya no hubo quien lo parara. 


—Seguramente sabrás que, durante la peste negra, la mitad de la población europea murió. Pero hay algo relacionado con eso que nunca te he contado. 


Por esa forma de empezar, deduje que la conferencia iba a ser larga. 


—¿Te das cuenta de que tenías miles de antepasados en aquella época? — prosiguió. 


Resignado, negué con la cabeza. ¿Cómo era eso posible? 


—Se tienen dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, etc. Si vas sumando así, hacia atrás, puedes llegar hasta el 1349. 


Asentí. 


—Y entonces llegó la peste. La muerte iba de pueblo en pueblo, y los más afectados fueron los niños. En algunas familias murieron todos, y en otras sobrevivieron quizá uno o dos. Muchos de tus antepasados eran niños en aquella época, pero ninguno de ellos la palmó. 


—¿Y cómo puedes estar tan seguro de eso? —pregunté sorprendido. 


Dio una calada al cigarrillo. —Porque tú estás aquí ahora, contemplando las estrellas. 


Una vez más, había dicho algo tan sorprendente que no supe cómo reaccionar. Pero comprendí que tenía razón, porque si uno solo de mis antepasados hubiera muerto cuando era niño, no podría haber sido mi antepasado. 


—La posibilidad de que ninguno de tus antepasados muriera de niño, era una contra miles de millones —continuó, y a partir de ese momento, las palabras fluían de su boca sin parar, como el agua de una cascada—. Porque no se trata únicamente de la peste negra, ¿sabes?, sino que, además, todos tus antepasados se hicieron mayores y tuvieron hijos, incluso durante las peores catástrofes naturales, e incluso en tiempos en que la tasa de mortalidad infantil era muy alta. Naturalmente, muchos padecerían alguna enfermedad, pero siempre se recuperaron. En ese sentido, has estado a un paso de la muerte cien mil millones de veces. Tu vida sobre este planeta se ha visto amenazada por insectos y animales salvajes, por meteoritos y rayos, enfermedades y guerras, inundaciones e incendios, envenenamientos e intentos de asesinato. En varias batallas te hirieron centenares de veces, porque habría antepasados tuyos en ambos bandos; en realidad, luchabas contra ti mismo y tus posibilidades de nacer, mil años más tarde. Lo que quiero decir es que esto ha ocurrido miles de millones de veces a lo largo de la Historia. Cada vez que han volado flechas por los aires, tus posibilidades de nacer han estado bajo mínimos. ¡Y, sin embargo, aquí estás, bajo el cielo, hablando conmigo! ¿Lo entiendes? 


—Creo que sí —contesté. Al menos creí comprender. 


—Estoy hablando de una continua cadena de casualidades —continuó mi viejo. —Y, de hecho, esta cadena retrocede hasta la primera célula viva que se dividió en dos, dando así origen a todo lo que crece en este planeta hoy. La posibilidad de que mi cadena no se rompiera en ningún momento en el transcurso de tres o cuatro mil millones de años era tan remota que resulta casi impensable. Pero, como ves, he sobrevivido. Ya lo creo, coño. Por otra parte, creo que tengo una gran suerte por poder vivir en este planeta contigo. Pienso que cada pequeño habitante de la Tierra tiene una enorme suerte.


—¿Nunca has pensado en pedir una subvención? —pregunté. 


—¿De qué demonios estás hablando? —gruñó. 


—De una posible subvención del Estado como filósofo. 


Soltó una carcajada, y luego, bajando un poco la voz, añadió: —Cuando la gente se interesa tanto por lo «sobrenatural», es debido a una extraña ceguera. No son capaces de ver lo más misterioso de todo, es decir, el hecho de que haya un mundo. Les preocupan más los marcianos y los platillos volantes que toda la misteriosa obra de creación que se extiende a nuestros pies. Yo no creo que el mundo sea una casualidad. 


Finalmente se inclinó sobre mí y susurró: —Yo creo que todo en el universo es intencionado. Puede que tras esa infinidad de estrellas y galaxias haya una intención.


El misterio del solitario.





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